HIPOCRESÍA AMBIENTAL

Me cuesta pensar que haya sido otra ocasión desperdiciada: el día del medio ambiente. Una efemérides plagada de discursos, pero con la cuestión de fondo por resolver ¿Cuando los gobiernos tomarán conciencia del CO2? Muy bien recuerdo en una ocasión en Valencia, al llegar enfrente del Albergue de los sin techo conocido como la Casa Grande fui caminando hasta el primer semáforo a la altura de la fachada lateral. Allí observé los vehículos que salían del túnel de la Pechina a escasamente treinta metros de distancia. Lo hacían velozmente hasta detenerse unos metros más adelante al cambiar al ámbar.

Todos se detenía con un frenazo brusco, enardecidos, como si chocaran los unos contra los otros o se mordieran en una parrilla de salida de Fórmula I. En forma de acelerones expandían una insoportable humareda... como carneros, fue mi pensamiento… turrando unos y otros... seguí pensando, al ver que casi se rozaban y a bocinazos se alentaban a partir... hacia un imaginario precipicio.
Así camina el mundo. Estamos de acuerdo en que hay un problema, pero las energéticas y los gobiernos siguen ciegos ante la ausencia de una conciencia ecológica.

En aquel semáforo de la Pechina estuve unos instantes sumido en reflexiones, y cuando cambió a peatones crucé el Paseo. Luego giré a la izquierda para encaminarme a la rampa empedrada que conduce al cauce yermo del Río Turia. Apenas había nadie a esa hora del mediodia, pero hacía hacia un viento suave y las palmeras se cimbreaban agitando sus copas. Yo valoraba aquel sol en el rostro y la brisa suave como algo lujoso y profundo. Un acto de libertad que me hizo sentir intimamente uno de esos mitos con los que todavía nos estamos engañando. El planeta es una nave que exige mantenimiento. Si finalmente se detiene todos lo pagaremos.
Luis Enrique Veiga Rodríguez
Publicado en : Xornal 21